A dónde mire, en cualquier parte
Siempre te llevo conmigo, en el brillo de mis ojos
Y es porque te amo que escribo esta carta, es una dedicatoria. La única persona que ha logrado descongelar mi corazón, lenta y dulcemente, como un cono de helado en verano; uno que me encantaría compartir con vos una vez más, ¿o es que no lo recordás? Nuestras vidas pasadas, las memorias que han guardado nuestras almas conectadas, el destino que nos presentó un rompecabezas que tenemos que armar en compañía. Para quien lo lea sin entender nuestro amor seguramente no pueda entender a qué me refiero, pero este luminoso amor sobre cera ardiente no es para compartir. Sólo nuestras dos almas pueden alcanzarlo, sólo nuestros corazones pueden sentirlo.
Recuerdo en la soledad de Neuquén cuando miraba al cielo, mucho más cercano y lejano a la vez, con ese tono rosado ardiente sobre el frío celeste. Pude durante unos momentos sentir una paz confidencial, una que sólo conocí a tu lado. Fue en esa plaza, tiradas en el pasto y la colina, que conocí esta nueva forma de felicidad, fue únicamente con vos pero se volvería a repetir muchas veces más. Cerrar los ojos y sentirme en mi primer hogar, un lugar en donde sentir el calor mucho más como la ausencia de frío, sino como una manera compulsiva de ser en esta inmediatez del ahora. Entre ala y ala, hiciste una cama para mí, y el mundo entero se volvió expectante de nuestro amor, de nuestra historia sellada en caricias y miradas. Ahí, ese es el lugar en donde pertenezco, a donde quiero regresar, el que llena un vacío que ni siquiera conocía antes en mí.
Un pequeño momento de felicidad que no conocés en mí es cuando estás durmiendo. Sí, es cierto que a veces te hablo mientras dormís, pero a veces simplemente te miro un rato para recordar que esto es real. Te acobijo, y siempre aceptás las frazadas sin siquiera abrir los ojos o notarme. Hago algo, lo que sea, y estás en un silencio enternecedor. Sentirte cerca, durmiendo en mi cama, por alguna razón es como llenar de mermelada mi boca. Casi tan dulce como para empalagarme, pero no lo suficiente para dejarlo.
Tus abrazos vienen con curitas, tus besos con caricias, tus miradas con azúcar. Ya ni siquiera sé qué se supone qué estoy diciendo, pero es claro que quiero transmitir de algún modo lo que provocás en mí, algo que el hielo en mi corazón no me ha dejado mostrarte, el que sembraste tulipanes y lotos en el turbulento lago de mi interior. Y una puerta con tu silueta se abre sola cada vez que veo algo que me recuerda a vos. Cada paseo es una galería de hermosos recuerdos, un museo a la felicidad que construiste en mí.
Por eso te lo agradezco, con mi corazón, con mi alma, con mi cuerpo, con mi mente, con mis ojos, con mis manos, con mi ser. No sería quién soy sino fuera por vos, ni hoy ni nunca, porque vos sos la confidente de mi alma, la que estuvo siempre conmigo incluso antes de conocerte, eras el amor que sabía algún día debía llegar; pensé que el cielo me escuchó y fue ahí cuando me regaló un ángel tan hermoso y tan precioso como el que tengo. Pero ahora me doy cuenta, era ya el destino escrito que nos conociéramos, porque cada vez que veo dos animales enamorados, dos conejos, dos gatos, dos patos, dos cisnes, dos pajaritos, siempre estoy pensando en que eso es lo que algún día fuimos, y por eso nos encontramos magnéticamente, atraídas por el amor que aún no conocíamos pero que debía llegar.
Fue en una lluvia sanadora, ese beso que supe estaba en nuestro destino. Y será en muchos más que te voy a mostrar quién sos para mí, quién soy yo gracias a vos, y todas las sonrisas que te pertenecen.